La educación es
necesariamente normativa. Su función no es sólo instruir o transmitir unos
conocimientos, sino integrar en una cultura que tiene distintas dimensiones: una
lengua, unas tradiciones, unas creencias, unas actitudes, unas formas de
vida.
Educar es, así, formar el carácter, en el sentido más extenso
y total del término: formar el carácter para que se cumpla un proceso de
socialización imprescindible, y formarlo para promover un mundo más civilizado,
crítico con los defectos del presente y comprometido con el proceso moral de las
estructuras y actitudes sociales.
A eso, a la
formación del carácter, es a lo que los griegos llamaban "ética". Valores éticos
son los valores "sencillamente humanos", de eso se trata, de recuperar el
valor de la humanidad.
No obstante, los
valores éticos están en crisis. Los valores siempre han nombrado defectos,
faltas, algo de lo que carecemos pero que deberíamos tener. Según Locke, el
malestar, la incomodidad que provoca el deseo de que la realidad cambie y sea de
otra manera. Si estuviéramos plenamente ajustados con la realidad, no cabría
hablar de justicia ni de valores como algo a conquistar, si se hace es porque no
se reflejan suficientemente en la práctica.
Hoy por hoy, el
crecimiento económico nos ha hecho creer que sólo vale lo que produce dinero.
Decimos que la prosperidad económica no es más que un paso, necesario pero
insuficiente, para lograr una mayor plenitud humana.
El bienestar es
un fundamento ambivalente para la producción de valores éticos. Por una parte
hay que darle la razón a Aristóteles cuando afirma que la virtud sólo es
patrimonio de los seres libres, no de los esclavos, de quienes tienen tiempo
para dedicar su vida a la actividad política porque otros y otras trabajan por
ellos.